Lo más difícil de emprender un viaje
Es la terrible conjugación del tiempo
Franco Félix
Mis padres nunca se quisieron, sin embargo, nací y crecí casi sola como una rama cualquiera a la orilla de un río insignificante. Yo nunca supe que estar viva significaría tanto, tanto esfuerzo, tanta palabrería rota intercambiada por sujetos hambrientos y desempleados. Yo jamás pensé que me iba a costar tanto mantener los pies en un asfalto caliente y llegar incluso a dormir con un hombre de ojos vacíos.
Yo nací en un lugar pobre, en donde una panadería albergaba cientos de cucarachas. Yo nací en arroyo naranjo, una calle inspirada en el cortejo sempiterno de dos o tres gatos llorando en brama en busca de una gatita fácil. Todo lo que poseía era una calle pobre y una casa sucia con un solo baño, hastiado siempre de estar ocupado por traseros barrocos y aburridos, que no hacían otra cosa que inventar más pobreza, porque entonces nuestros estómagos eran tan pobres como nosotros. Por eso me fui sin explicar a donde, huí hacia un buen y remoto lugar, donde nadie supiera pronunciar mi nombre, donde andar descalza fuese quizás una moda pacifista, y no un símbolo inequívoco del hambre.
Me fui con un hombre de piernitas flacas, que sin conocerlo, se convirtió de pronto en mi única obsesión durante años, y claro, como yo lo quise, se me evaporó sin notarlo, igual como su pelo desapareció repentino con el aire. (Pero qué viaje aquel por Valparaíso!, tan romántico).
Hace una semana que cumplió años, y yo, como es costumbre, lo celebré con otro. -Quiero ser el único, me dijo mientras hacíamos el amor, y yo, yo me reí silenciosamente porque eso era tan imposible entonces como volver a ver a mi padre. Viajamos al día siguiente rumbo a Bariloche, y caminamos por las calles con un frío casi apagado por los faroles encendidos. Me pidió que nos casáramos. Yo asentí como un apóstol acepta resignado su destinada penitencia, como mi madre serena, tantas veces sin sueño, aceptaba los designios nocturnos de mi padre. Aparte, él y yo viajaríamos al sur, y yo siempre había soñado con ver manadas de pingüinos.
Es la terrible conjugación del tiempo
Franco Félix
Mis padres nunca se quisieron, sin embargo, nací y crecí casi sola como una rama cualquiera a la orilla de un río insignificante. Yo nunca supe que estar viva significaría tanto, tanto esfuerzo, tanta palabrería rota intercambiada por sujetos hambrientos y desempleados. Yo jamás pensé que me iba a costar tanto mantener los pies en un asfalto caliente y llegar incluso a dormir con un hombre de ojos vacíos.
Yo nací en un lugar pobre, en donde una panadería albergaba cientos de cucarachas. Yo nací en arroyo naranjo, una calle inspirada en el cortejo sempiterno de dos o tres gatos llorando en brama en busca de una gatita fácil. Todo lo que poseía era una calle pobre y una casa sucia con un solo baño, hastiado siempre de estar ocupado por traseros barrocos y aburridos, que no hacían otra cosa que inventar más pobreza, porque entonces nuestros estómagos eran tan pobres como nosotros. Por eso me fui sin explicar a donde, huí hacia un buen y remoto lugar, donde nadie supiera pronunciar mi nombre, donde andar descalza fuese quizás una moda pacifista, y no un símbolo inequívoco del hambre.
Me fui con un hombre de piernitas flacas, que sin conocerlo, se convirtió de pronto en mi única obsesión durante años, y claro, como yo lo quise, se me evaporó sin notarlo, igual como su pelo desapareció repentino con el aire. (Pero qué viaje aquel por Valparaíso!, tan romántico).
Hace una semana que cumplió años, y yo, como es costumbre, lo celebré con otro. -Quiero ser el único, me dijo mientras hacíamos el amor, y yo, yo me reí silenciosamente porque eso era tan imposible entonces como volver a ver a mi padre. Viajamos al día siguiente rumbo a Bariloche, y caminamos por las calles con un frío casi apagado por los faroles encendidos. Me pidió que nos casáramos. Yo asentí como un apóstol acepta resignado su destinada penitencia, como mi madre serena, tantas veces sin sueño, aceptaba los designios nocturnos de mi padre. Aparte, él y yo viajaríamos al sur, y yo siempre había soñado con ver manadas de pingüinos.
6 comments:
Es un texto bastante triste, y sin embargo noto ese dejo de alegría que te provoca vivir. No le digo a la propietaria del blog, sino a la voz poética, como Rosa Schawrtz de soltera, como un puñado de personajes habitando tu personaje. Me encantó, un brindis por todas esas mujeres que dentro de su parroquia, ese cuerpo y esa piel femenina, como tu relato, habitan el mismísimo relato. un abrazo húmedo después de leerte. Vale.
efectivamente, la voz poética suena melancólica, y natural... suena, parece... es muy íntima, y cálida y triste... las confesiones, ficticias o no, llegan al corazón, al epitálamo...
cuando suenan a mito sincero, a íntimo mito.
mi padre nunca me llevó a conocer pinguinos. mi padre no murió hace mucho cuando patinaba en una pista de hielo. mi padre está aquí, escribiendo este comentario. yo soy mi padre y estoy triste, casi llorando, esperando a mi hijo sin hijos.
Risueña, simplemente tengo que decirte que esta es mi reseña.
care u c.w
Hola. Acá, sólo visitando tu espacio. Elegí comentar en este escrito en especial por el padre ausente que nos habita. El padre que nunca nos llevó a conocer el hielo. Me recordaste una vida. Gracias.
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